viernes, 16 de septiembre de 2016

La palabra de mil cabezas, figuras literarias


En 2010 compré una colección de cuatro libros publicados por la editorial Página en Blanco. Uno de estos libros se llama igual que el post: La palabra de mil cabezas, figuras literarias y su autor es el cubano Arístides Valdés Guillermo.

El tomo explica en cinco capítulos las figuras literarias de las que se valen los escritores y los poetas, y les prometo que esas figuras tienen unos nombres complicadísimos como por ejemplo: Epanadiplosis, polisíndeton, epifora… 

Me pregunto a veces si los poetas se saben todos los nombres de esas figuras literarias y cuando se enfrentan al papel en blanco determinan cosas como: Hoy voy a escribir una epanadiplosis para dedicársela a la morena que me trae loco. De verdad que no tengo idea si será así, pero me resulta divertido imaginarlos en ese tipo de ejercicios.

De hecho, el libro que recién empiezo a leer trae ejercicios y te pide que hagas un texto breve o poema con cada una estas figuras literarias que a su vez se dividen en tres grandes tipos: Figuras de dicción o elegancias, tropos o figuras de significación y figuras de pensamiento. 

Aún voy por las primeras figuras que son las de dicción o elegancias y como podrán imaginar, me cuesta un mundo aprenderme el nombre que tienen, sin embargo hay unos nombres más sencillos como el paralelismo ,que de paso tiene un ejemplo muy conocido para los latinoamericanos, el poema del escritor español Gustavo Adolfo Bécquer:

¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿Sabes tú adónde va?

Claro que nosotros nos sabemos la versión malandra de ese poema, la que canta el salsero Willie Colón en el tema Gitana…

Justamente en 2010, el mismo año en el que compré el libro, fue cuando me enteré que esa canción provenía de un poema, me lo dijo un cronista colombiano llamado Cristian Valencia, a quien conocí en un taller de crónicas al que asistí en Caracas.

Definitivamente, el 2010 fue bueno para mí, ese fue el año en el que por primera vez en mi vida me monté en un avión y también en el que por vez primera salí del país. En esa ocasión viajé a Argentina.

Y más allá de la nostalgia de tiempos buenos, el hecho de que el libro haya llegado de nuevo a mis manos y que esta vez sí tenga tiempo de leerlo y hasta de hacer los ejercicios, es una confirmación de que este es un excelente año para mí, y cada día le agradezco a Dios por ello.

Gracias a ustedes por leerme y por alentar el espíritu de esa “gitana” que quiere ser escritora. Aunque por allí ya me han dicho que ya lo soy. De momento, sigo estudiando a la palabra ¡que vaya que tiene mil cabezas!



domingo, 12 de junio de 2016

La Cala, Luna, tú y yo


Esta imagen de la cala es la más parecida que encontré a la que tengo en casa.
Foto extraída de: photobucket.com

Hace muchos años, cuando yo era una adolescente me mudé a vivir con mi mamá. Empezamos a vivir en la casa en la que aún estamos mi mamá, Luna –mi perra-, tú, que eres mi amado, y yo.  
Por esa época mi abuela me regalaba bastantes matas, muchas de ellas las conservo aún hoy. Han soportado todos los avatares que he sufrido respecto a su cuidado, y también los vaivenes de nuestra estancia en la casa. Las plantas que me dio mi abuela son perfectas para la casa, siempre han estado aquí. Y digamos que son las originales, las toda la vida. Toda esta explicación me hace recordar también que mi abuela vino a mi casa a plantar algunas matas y que a mi abuelo le agradaba que a mí me gustaran las plantas.
Lo asombroso de una de esas plantas, al menos para mí, es que es una Cala blanca. ¡Siempre estuvo aquí y nunca floreció!. Echó muchas hojas, sobrevivió, y se multiplicó, porque esta es una planta que crece –si se quiere ver de esa manera- de manera espontánea en la casa.
A mi amado también le gustan las plantas y un día se puso a arreglarlas, las arregló todas y la Cala –que yo no sabía que era una Cala porque nunca había florecido en su vida- floreció.
Yo estaba impresionada. Se lo comenté, él sonrió y me dijo sí: “Solo necesitaba la mano de Dios”.

Y floreció por primera vez una de las dos matas de Cala que ahora tenemos.  Esa Flor, mi amado y yo, la vimos como un milagro, pero yo presentí que se dañaría, que Luna la dañaría porque ella ya se había metido antes con una planta y había dañado algunas de sus partes.

Y así fue. Luna se comió la primera flor, tal como yo lo había intuido desde el principio. 

Poco tiempo después, mi amado vio cómo una segunda planta de Cala había nacido espontáneamente en un matero. Yo le dije que esa planta era así, había sobrevivido a todo y a todos. Y paralelo a su descubrimiento, la primera planta, la que me sembró mi abuela, dio otra flor. Esta ni siquiera pudo nacer. Luna se comió el capullo.
Mi amado empezó a odiar a Luna, mi perra, porque le parecía que era mala, que dañaba a las flores por gusto.
Pero luego –y por separado- empezamos a averiguar por qué Luna, una perra salchicha, habría de dañar deliberadamente una flor. En ese momento yo ya había comprendido que Luna hace ciertas cosas por instinto, porque es un animal y punto. Sus actos no se pesan por bondad o maldad, tienen que ver con instinto. Y mi amado lo comprendió, aunque no estuvo de acuerdo. Ya él había pensado por sí mismo que quizá a la perra le atraía el olor de la flor y por eso la mordía.

Entonces alejamos "de todo mal" a la segunda planta de Cala, la cual había surgido ante de los ojos de mi amado. Y brotó un tercer capullo. A este lo quisimos desde el principio, lo amamos antes de que naciera y este nació, después de haberlo esperado mucho.

¡Por fin salió la cala! Era blanca como todas las demás, pero después de un día, la hermosa flor empezó a marchitarse y nunca más la vimos más esplendorosa que el primer día.

Entonces reímos, porque nos dimos cuenta que desde el inicio habíamos disfrutado de la flor en todo su esplendor. Lo demás que ocurrió nada tenía que ver con la Cala, ni con Luna ni con él ni conmigo.

Esa experiencia nos enseñó a ver cada cosa como es y a vernos a nosotros como somos. Nos empezamos a ver desde la sonrisa, desde la confianza, desde la esperanza que nos da ver la belleza de una flor, así sea por un instante.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Tu, yo y la esperanza




Aquella noche no podía dormir, no dejaba de pensar en ti. Entonces decidí sentarme en posición de flor de loto para intentar meditar. Lo hice, lo intenté pero mi mente estaba llena de pensamientos acerca de ti, entonces me dije: Ya no te resistas más, piénsalo.
Y te pensé.
Te imaginé.
Sentía como los dedos de tus manos se internaban en mi cabello y por primera vez, aunque sea en el plano de la ilusión, te dejé tocarlo libremente. Allí, sentada en posición de flor de loto, sonreía.
Recordé las tantas veces que me tocabas el cabello para molestarme. Y recordé también el día que me preguntaste por qué no te dejaba tocarlo, ¿Si era porque sabía que cuando te lo tocaba era porque yo sabía que yo te gustaba? Recuerdo que sonreí cuando reconocí la seña, y recuerdo que lo hablamos, que me dijiste que sí, que a veces te comportaste como un niño de escuela; como un niño que molesta en clase a la que más le gusta. 
Pero antes de saber todo eso, yo te pedía que no lo hicieras más, pero, la verdad, es que no era porque intentara decirte que no me gustabas, al menos no lo hacía en un nivel consciente, y sí, ahora sé que tú también lo sabías, porque tú notabas más que yo lo nerviosa que me ponía la situación.
Pensé también en la noche que te pregunté si creías si es posible que exista un tipo de comunicación entre parejas como el tipo de comunicación que plantea El señor de los anillos entre Aragorn y Arwen.  
Una de las partes que más me gusta de la película es cuando ella, Arwen, logra hablarle  a Aragorn en sueños, cuando se comunica con él, mientras el cuerpo del guerrero es arrastrado por el río. Y ciertamente tu dijiste que sí, que lo creías, que creías posible tal  comunicación, yo también lo creo, sin embargo en ese momento no sabía que esa escena de la película solo se trata de un guiño de esperanza
Ahora que lo sé, quiero experimentarlo. También quiero experimentar el amor verdadero, el que está libre de ilusión y es real.
Así que en la oscuridad de mi cuarto, en mi cama, que es parecida a la tuya, intenté decirte que esa noche mi mente era libre para pensarte.
Y te pensé, fui feliz en la ilusión y luego me liberé.
Estoy conociendo ahora, recién a Eärendil y a Elwing

lunes, 29 de junio de 2015

El chofer y su novia




Pensé en compilar las historias de las que soy testigo en Transbarca cuando me jubilara, pero hace poco me dije: Para qué esperar tanto.
Así que comienzo hoy, serán parte de las historias de este blog y tienen la etiqueta #HistoriasdeTransbarca

Hace unas semanas iba en el autobús de la ruta que va hasta La Piedad, en Cabudare. Lo tomé en la calle 47 con avenida Pedro León Torres, donde es su punto de partida. Había tanta gente que la unidad se llenó con los que estábamos en la cola de la primera parada. Un muchacho y yo nos sentamos en los puestos reclinables que están en un área destinada a personas con discapacidad física. Ambos sabíamos que si se montaba un abuelito o alguna persona discapacitada debíamos ceder el puesto. Y así fue. Unas dos cuadras adelante, se montó un grupo de personas entre quienes estaba una muchacha inválida y con retraso mental. Cuando el chofer la vio, se levantó de su puesto y ayudó a la madre de la joven a montarla, para lograrlo extendió la rampa que los autobuses tienen para eso y empujó la silla de ruedas. Luego, la saludó: "Aquí viene mi novia, ¿cómo estás?", le dijo el chofer. La joven se reía. 
Nunca había visto a alguien con esa condición con tanta emoción, su mamá le decía: "Ajá, aquí está tu novio". La chica no paraba de sonreír, era evidente su dicha.  
Ese respeto por el ser humano, ese cariño no lo pagan en la quincena, pero seguro la energía de esa buena acción, llamada por algunos Darhma, va más allá de generar una sonrisa en una persona con una condición de vida difícil. ¡Confío en eso!.

#HistoriasdeTransbarca